martes, 11 de enero de 2011

ANTONIO COSTA. SABER VER EL CINE PAIDÓS COMUNICACIÓN. EDICIÓN 1986


“…la institución  cinematográfica también tiene que ver con el deseo, con el imaginario y lo simbólico: incide  sobre los juegos  de identificación y los complejos mecanismos que regulan el funcionamiento de nuestra mente, de nuestro inconsciente…” 




                                                                         Costa, Antonio. Saber ver el cine. p. 25. 1998.












TÍTULO: “SABER VER EL CINE”





AUTOR: ANTONIO COSTA”.


FICHA: PAIDÓS IBERICA, BARCELONA1986.










PRIMERA PARTE: ¿Qué es el cine?


SEGUNDA PARTE: La distintas épocas del cine.


TERCERA PARTE: Técnica y lenguaje.






















La estructura del libro es tan clara y específica que me atrevo a remitir a quien lea ésto, al índice de la edición de 1986, en la que se plantean tres grandes apartados definitorios sobre qué significa, produce, muestra y es: el cine. En el ante título de esta reseña he querido citar la frase que me parece más característica y señera de lo que el cine podría perseguir y generar en nuestra mente: “…la institución cinematográfica también tiene que ver con el deseo, con el imaginario y lo simbólico: incide sobre los juegos de identificación y los complejos mecanismos que regulan el funcionamiento de nuestra mente, de nuestro inconsciente…”. A pesar, de una introducción muy desfasada, -al menos la de la edición de 1986- en la que lejos queda la aparición de las nuevas fórmulas informáticas e internautas, como recuperación, proliferación, masificación de títulos, y vulneración de derechos de autor, aportaciones semióticas... Es, sin embargo, clara la definición de la escueta primera parte: ¿Qué es el cine? Es tan extraordinaria la descripción de la escena de "El último magnate" de Elia Kazan que realmente aboca a buscar ese momento explicativo de unos cinco centavos que nadie relaciona con el cine excepto quien ama el cine. A partir de ese instante y de una forma ordenada y clara, comienzan a aparecer los términos propios del lenguaje cinematográfico, como: elipsis; pero también los definitorios de la esencia cinematográfica como: ideología, simbolismo, inconsciente. Esa escena de Kazan le sirve a Antonio Costa para estructurar el andamiaje de la definición de este arte que tiene que ver con todos los artes y que constituye la gran novedad del siglo XX.






Es probable que el pasaje más oscuro de las 243 páginas sean las dedicadas a la interrelación entre la historia del cine, el cine en la historia y las fuentes que explican uno y que la otra pone a disposición del primero, porque acaban relacionándose con la base definitoria de la estética cinematográfica y el significado más profundo o semiótica del cine.



Mirar el cine supone, en primer lugar, saber interpretar el significado de las imágenes, pero, Antonio Costa, reseña que ese es un proceso que necesitó un tiempo: el de la educación de los espectadores y la comprensión del cine que iba conformándose según se desarrollaban las técnicas y lenguaje cinematográficos. El estudio o relaciones entre la visión fílmica y la experiencia onírica o el subconsciente individual y el inconsciente colectivo. Aunque todo este proceso lo resuma con una frase lapidaria de Ferro (1977,26 ed esp.) "Lo imaginario tiene tanto valor de historia como la propia Historia".







Sobre la historia del cine se ocupa la segunda parte del libro: sobre el caos científico- técnico que da lugar a este nuevo y sorprendente arte en un momento especialmente prolijo en avances de todo tipo; aunque, especialmente significativos son el nacimiento de la psicología, la física cuántica, (o mejor dicho los quantos de Planck) unido a todo un glosario de patentes relacionadas con la fotografía que finalmente llevan al nacimiento del cinematógrafo, que no del cine. Ese, es un paso posterior que tiene lugar una vez se asientan las primeras bases constructivas de un lenguaje y una tecnología que se afianza y tiene su máximo exponente (también es cierto que existe una gran vacilación entre historiadores) en la obra de Griffith: “el Nacimiento de una Nación”. En donde el trabajo muestra un amplio seguimiento de una serie de técnicas lingüísticas que aportan al film una unidad narrativa sin precedentes; con el uso de “raccord” en corte seco de plano, en fundidos, en la inclusión de primeros planos con valor narrativo o expresivo y un largo etc... Aunque en ese sentido los historiadores del cine - y Antonio Costa también lo sugiere- difieren mucho en la concesión de las primeras aportaciones a la constitución de un lenguaje cinematográfico. Todo el proceso de divergencia en la consideración cinematográfica entre EE.UU y Europa nos ofrece la posibilidad de vislumbrar panoramas bien distintos en cada uno de los países. Desde el monopolio de la patentes en EE.UU y la lucha “casi mafiosa” por la adquisición de parte del “negocio cinematográfico”. A ese extremo están dedicados varios apartados en los que de manera básica se ofrece una visión de la constitución de las “majors” cinematográficas y de su capacidad para absorber la totalidad del negocio de distribución, ya en los primeros años 20 y 30. La discordancia Europea nos permite, sin embargo, dejar de lado “el cine cómico”, “el burlesque”, y adentrarnos en el terreno de las vanguardias en donde cada país construye o apuesta preferentemente por una de ellas; si los países nórdicos, en concreto Alemania, sientan las bases del lenguaje expresionista, más tarde trasladado al cine negro americano, en Francia es el surrealismo el que gana terreno y se prolonga por la década de los 30, en Italia el Futurismo, que conducirá por caminos de lo más insospechado precisamente al neorrelaismo. No sabemos, según Antonio Costa, que sucede en España, a pesar de usar como ejemplos de perfección fotográfica a Nestor Almendros y guionística a Rafael Azcona, pero sí centra el conjunto de lenguajes y fórmulas cinematográficas que se extienden desde Rusia hasta el floreciente Hollywood, en donde nace el cine de estudio (studio system) el reclamo de actores y actrices (star system). Nace el cine de género, de tal manera que el espectador sabe qué es lo que verá en pantalla, sin miedo a encontrarse con algo distinto de lo esperado: algo que perfectamente puede ocurrir en Europa. Todo el proceso de adecuación de los lenguajes genéricos, se desarrollan entre los 20, pero es en los 30 cuando nace definitivamente el cine sonoro con un lenguaje propio y ya definitivo en toda su época dorada que se extiende hasta el 1948 aproximadamente.


El tercer apartado del libro dedicado a la técnica y lenguaje es un largo recorrido por lo que significa la función de un director, la enumeración de vocablos lingüísticos que proporcionan un significado propio en la obra cinematográfica. Lo que significa el director, el guión ( y todo su proceso creativo), los encuadres, los ángulos de visión , la labor colectiva técnica, el proceso de creación artística del actor etc... En definitiva, un repaso a conciencia por todos los caminos que recorre un arte nuevo como es el cine que se inventa como ya hemos dicho en un proceso de largo recorrido y que sigue reinventándose tras la crisis surgida por la aparición de la televisión y en estos momentos por la nueva formulación exigida de desalojar el cine de las grandes pantallas: finalmente Edisón se saldrá con la suya y el cinematógrafo se convertirá en un kinetoscopio que ver en solitario y al que echarle una moneda.

Desde un punto de vista más personal, el trabajo de Antonio Costa refleja un alto grado de erudición y condensación de conceptos; ya que permite entender de una forma bastante objetiva lo que significa ese proceso de creación de un arte, a través de una serie de fenómenos sociales, dispares en la geografía mundial, y que sin embargo debido a la primacía en la distribución y captación del negocio se ensambla como un arte universal y colectivo: las variaciones nacionales son mínimas, o extremas, en función del autor cinematográfico: el lenguaje se estandariza y se hace comprensible a todos, y sin embargo, siempre existe una posible innovación. Este estudio refleja la férrea actitud de quienes dirigieron el negocio desde los primeros momentos, controlando expresamente no lo que la realidad dice, si no lo que se le hace decir (valga como ejemplo aquella película de E.H. Amet -rodada en su jardín con la ayuda de un acuario- que el gobierno español compró como documento histórico sobre el hundimiento de la flota española del Almirante Cervera en Cuba. El cine, por tanto, ha sido un arte mediático, capaz de transcribir patrones de conducta personales en las historias de cuento y ensueño (reales, ficticias, psicóticas, amables, tiernas) que sirven para transcribir ese discurso psicológico que el espectador genera en la aceptación o la aversión de tales historias.

Es evidente, que resulta muy difícil reducir 243 páginas de hilados          conceptos sobre su significación, su historia y su técnica a un resumen de dos o tres páginas. Lo esencial es que el cine ha significado simbólicamente el adiestramiento de la masa, o lo contrario, con interludios únicos de belleza, grandes creaciones interpretativas o insuperables fórmulas para contar historias que quedan para siempre en eso que se ha dado en llamar, en psicología: inconsciente colectivo o memoria colectiva.












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