viernes, 27 de mayo de 2011

LA ENVIDIA: HISTORIA DE LA REPRESENTACIÓN DE UN EMBLEMA

Ha sido una sorpresa grata indagar sobre el mundo de la emblemática y conocer de primera mano el extraordinario desarrollo iconológico que persevera en el tiempo. Ante todo, señalar que no sé si alguno de mis compañeros ha realizado un trabajo sobre el mismo emblema elegido, pero sea cual sea el resultado, imagino que por la variedad de obras y por el número extraordinario de libros en torno a este tema el producto final de las indagaciones siempre será diferente. Aunque bien es cierto que existen fuentes precisas, recopilatorios a los que recurrir para conocer la síntesis con la que se manifiesta cada uno de los emblemas que forman, luego, parte de alegorías que enriquecen la pintura del barroco, o tan expresivos como los ya representados en la antigüedad y edad media. Sobre ese asunto, existe un larguísimo recorrido sobre la interpretación visual de la envidia. Y quiero permitirme incorporar una cita de uno de los grandes sabios de la lengua castellana, -si es que fuera de él, ya que sabemos que existen dudas sobre la autoría de la segunda parte del “Quijote”- dice Miguel de Cervantes en voz de su más egregio personaje: ¡Oh envidia, raíz de infinitos males, y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo; pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias."(Don Quijote de La Mancha, capítulo 8, segunda parte). Una primera definición que explica muy bien otras visiones de La envidia en todo su poder de representación. Cómo no buscar la explicación que, de los emblemas, hace Alciato, las imágenes y los atributos compilados por Cesare Ripa y otras fuentes que definen este gran pecado capital en la religión cristiana y que en forma de alegoría llega al arte dejando rastros indelebles de su fortaleza simbólica.

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